Por Francisco Villa.
El siglo XXI ha inaugurado su tránsito, con la evidencia de “La Globalización”, como estrategia del más monumental de los proyectos hegemónicos que haya desplegado el género humano. Esta visión de mundo se ha ido imponiendo mediante una colosal batalla, que a diferencia de todas las que registra la historia, se libra por primera vez a escala verdaderamente planetaria y ya no únicamente con las armas convencionales, aquellas que buscaban la derrota física del oponente (piedras, flechas, espadas, fusiles, cañones,
bombas, etc.…).
Hoy, las herramientas de sumisión se han sofisticado y con ello, han logrado mayor eficacia, son las que buscan fundamentalmente la derrota intelectual y espiritual de los pueblos, aquellas que terminan por doblegar la voluntad y reducir la capacidad de discernimiento, al pobre ejercicio, de optar exclusivamente entre las alternativas que el sometedor ofrece. Así se ha ido modelando a un ser humano sin capacidad crítica, sin poder de respuesta, sin vuelo creativo, sin identidad propia y por deliberada consecuencia, absolutamente manipulable. El arma más poderosa de este nuevo arsenal, es una suerte de “Caballo de Troya”, llamado: Medios de Comunicación Masiva.
A pesar de la distancia física, Chile, ha sido uno de los mayores protagonistas de este capítulo de la decadencia humana, con absoluto entusiasmo se ha colocado al servicio de quienes operan el modelo, ofreciéndose como laboratorio, todo esto a cambio de los favores de los gerentes de “La Globalización”. En otras palabras, los poderes legales y fácticos del país, se han alineado irrestrictamente con los poderes legales y fácticos del mundo, esos que buscan con absoluto desenfado, la supremacía de la Cultura Neoliberal (mezcla de regresismo moral, con conservadurismo político y libertinaje económico).
Consecuentemente, la institucionalidad sólo estimula aquellas manifestaciones culturales, que no arriesgan la soberanía del sistema, de esta manera el Estado se ha blindado, limitándose a realizar lo mínimo. Todo responde en general, a un quehacer más bien anecdótico, pasajero, decorativo y descontinuado, un “tente en pié”, un “saludo a la bandera”, una buena postal que permite dar la idea de preocupación y solapadamente, contener el avance de una cultura de reemplazo. En otras palabras, desde la institucionalidad oficial, es imposible levantar un proyecto, en el que la Cultura no esté concebida como un sofisticado instrumento de dominación masiva y como prerrequisito ineludible, para la consagración sin contrapeso de “La Economía de Mercado”.
A la luz de estas conclusiones, el mundo de la cultura en general y el de los artistas e intelectuales en particular, que no estén por hacer de la gloria personal, su única razón y que se muestren capaces de abrazar una causa colectiva de transformación del mundo, deben levantar necesariamente una variante, que no sirva sólo para procurar espacios de vida alternativa, para los que hoy rechazan abiertamente el sistema, sino que además, sea la evidencia de la fortaleza de un proyecto distinto, una demostración práctica, de la factibilidad de una sociedad mejor, que seduzca y comprometa al pueblo en su realización.
A toda la maquinaria empleada por el sistema, se debe oponer una maquinaria propia, que de alguna manera ya funciona, aunque con precariedad y dispersión, el tema es: creativamente, fortalecer y coordinar esas experiencias y a la vez, articular nuevas estructuras que permitan edificar esta cultura alternativa. Sobre todo, hay que potenciar el desarrollo de medios de comunicación propios, pues es en este campo, donde se está librando la principal batalla.
Hay que estructurar además, un “Mercado Paralelo”, regido por criterios más humanos, restableciendo el trueque ahí donde la escasez económica limita el intercambio. Se deben habilitar nuevos y mejores espacios de interacción que acojan la diversidad humana, potenciar también, la democratización del conocimiento, mediante academias, escuelas y universidades populares y por sobre todo, generar un modo de organización política, que no sucumba ante las tentaciones del sistema, legitimándolo con su participación en él. Una organización, que sea capaz de generar en el tiempo, una nueva arquitectura democrática. Nada de esto y más, se podrá lograr si no hay un esfuerzo honesto, por parte de quienes integran el mundo cultural, de revelarse, en tanto individuos públicos, como la encarnación de esa Cultura transformadora, no hay posibilidad de éxito, si no existe capacidad de convertirse en modelos de virtud humana, en los que se pueda reflejar el pueblo.
En definitiva, no hay que desgastarse tratando de sortear el blindaje del edificio de la cultura dominante, hay que construir uno propio, más grande y colorido, que dignifique la condición humana. Llegará el momento en que todos querrán ser parte de él y abandonarán la vieja estructura, la que a falta de cuidado, sucumbirá, sepultando bajo sus escombros, la prepotencia y la mezquindad que le dio vida.Cuando esto suceda, estaremos recién en el comienzo del camino, ese que nos lleve al lugar donde levantar la Ciudad Nueva, donde habite el “Ser Nuevo Humano”. Desde donde hagamos carne el soñado sueño de una cultura basada en el imperio de la justicia y la fraternidad y condenando nuestra arrogancia nos reivindiquemos con esa madre ultrajada por generaciones: La Naturaleza.
Seguramente no viviremos los de hoy esa nueva cultura, pero cada acto que la anuncie, del que seamos parte, no sólo la hará más próxima, además… nos dignificará y le dará sentido a nuestro paso por el mundo. No hay mayor gesto de dignidad, trascendencia y generosidad, que luchar para que otros toquen el cielo por uno.
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