Por Camilo Villa.
Cuba, la más grande isla del Caribe, ha estado en el ojo del huracán durante los últimos 52 años, desde que el ejército rebelde, al mando de Fidel Castro, entró victorioso a la ciudad de La Habana el primero de Enero de 1959 sacando al dictador Fulgencio Batista del poder e instalándose un proceso el cual es conocido como La revolución cubana, revolución de carácter socialista y dirigida hoy por el presidente Raúl Castro.
Y posado en el último asiento del avión, al término de las instrucciones mímicas de las azafatas, emprendo el viaje hacia, quizás, el país en el que más se concentran las miradas internacionales. A eso de las 16:00, hora cubana, el avión pisa suelo caribeño, mis ojos embobados de tanto verde tropical se preparan para mirar el paisaje y ver la realidad isleña.
Camino a la ciudad de La Habana, pienso en los titulares y noticias que se publican cada día informando de la situación del país, me imagino el tenso ambiente que se debe vivir entre opositores y partidarios a la revolución; será mejor no meterme en asuntos internos: no opinaré, solo observare, escuchare y viviré la experiencia como un cubano más.
Alojado en el barrio de Miramar, tomo una micro en dirección hacia el centro, me sorprende ver que sus buses son los mismos que los nuestros, son los llamados “Buses orugas”. El pasaje tiene un valor de 40 centavos, algo así como 20 pesos chilenos. Llegado ya a la comuna de Centro Habana, me llama la atención lo relajada que va la gente en pleno día laboral, también me fijo en los jóvenes, a muchos de ellos se les podría catalogar como “flaites”, lucen llamativas ropas, colgantes brillantes dignos de Daddy Yankee, lentes a la moda, ese es su estilo, a diferencia de los jóvenes de acá, ellos no le copian a nadie, pues la moda reggaetonera es oriunda del Caribe. No es necesario pasearse mucho para ver los grandes letreros ya típicos en Cuba con frases dirigidas a la revolución, al socialismo y a la patria, siempre acompañadas con las imágenes del Che Guevara, Fidel, o Camilo Cienfuegos. Caminado ya por La Habana Vieja, viendo su arquitectura colonial y los autos de los años cincuenta, me creía en una típica antigua película hollywoodense, comprendí el porqué aquella ciudad era patrimonio de la humanidad. Como cualquier chileno que estuviera en mi lugar, me vi sorprendido al fijarme que la calle por la cual transitaba se llamaba Salvador Allende, luego supe que además de esta, había un hospital con su nombre. Por los alrededores del edificio del Capitolio, se enclava erguido el busto de Bernardo O’Higgins, como homenaje de Cuba al “padre de la patria chilena”. Al caer la noche, entro en preocupación, debía caminar muchas cuadras para llegar al lugar en que me hospedaba, y yo, extranjero, podía ser presa fácil para cualquier malintencionado que quisiera asecharme, un muchacho, al notarme nervioso, se me acerca para decirme que no temiera, que en Cuba es muy difícil que me asalten o me dañen. Con el tiempo pude ser testigo de aquello: me paseaba en plena madrugada por cualquier barrio habanero y jamás hubo siquiera una insinuación de que pudiese ser víctima de algún ataque, se respira una paz infinita. Caminar por la Habana es caminar por la historia, está llena de museos y reseñas, está llena de actividad artística, está plagada de teatros, de librerías, de monumentos, de cultura.
Luego de algunos días en la Capital, me voy en tren a Santiago, la otrora capital cubana, al Oriente de la isla. Después de un viaje de doce horas, Llego a destino. Santiago es la segunda ciudad más importante de Cuba y es internacionalmente conocida por ser la ciudad en la cual comenzó el proceso revolucionario, con el llamado “Asalto al Cuartel Moncada”, acción dirigida por Fidel Castro el 26 de Julio del 1953 para hacerse de las armas del ejército fiel a Fulgencio Batista. Santiago es notoriamente más pequeño que La Habana y los jóvenes no se visten con el estilo “reggaetonero” de sus pares de la capital, pero sus habitantes sienten un profundo amor por ella. Un santiaguero me dice apasionado que ama a su ciudad, que nunca la abandonaría, que una vez le ofrecieron irse a vivir a La Habana, pero él no quiso, pues la encuentra una ciudad muy capitalista y egoísta, mi comentario posterior fue “no se te ocurra entonces conocer Santiago de Chile, morirías en el intento.” Conocí el cementerio de la ciudad, que es quizás, el más importante de Cuba, ¿Por qué?, porque ahí yacía enterrado el padre de la Patria, el poeta y libertador José Martí, la gran figura de la independencia cubana. Mis noches en Santiago las pase en una pieza en la que dormíamos alrededor de 20 jóvenes, todos bolivianos excepto yo, estaban allí becados, estudiando medicina. Cuando sentí que conocía bien la ciudad, me dirigí a la estación de trenes y me encuentro con lo que había buscado todo el camino, una protesta ciudadana. Resulta que el tren con destino a La Habana iba lleno y no cabía más gente, los que esperaban en la estación -algunos llevaban días tratando de viajar- al percatarse de la situación, se sintieron lógicamente enfadados y comenzaron a agolparse en las afueras del edificio. No todos apoyaron esta acción, muchos se fueron, pero los que quedaron -alrededor de 50 personas-, comenzaron a gritar contra el paupérrimo sistema de transporte y alguno que otro grito contra el gobierno, en eso, llega un carro policial, me dije que esta era mi gran oportunidad, ya que estaba en el lugar que cualquier periodista quisiera estar. Tenía mi cámara lista para fotografiar la represión que supuse acontecería en cosa de minutos, pero el tiempo pasó y nada, la gente se organizó en una caminata y fueron a reclamar a una oficina del partido Comunista -único partido político legal del país-, sin que los policías les tocaran un pelo. Esta experiencia me sirvió para derribar un gran mito en torno al país; la gente puede protestar con libertad. Me sentí engañado por los medios de comunicación habitual, que nos dicen todos los días que en Cuba no existe el derecho a la protesta y que la represión es brutal. Pasada esta acción, me subí a un oscuro tren de vidrios rotos, con una dura tabla en vez de asientos, con destino a otra ciudad… Manzanillo.
Manzanillo, más que ciudad, era un hermoso pueblo con arquitectura colonial. En este punto urbano, no es raro encontrarse con chilenos, pues ahí está enclavada una de las tantas facultades de la ELAM (Escuela Latinoamericana de Medicina), y nuestros compatriotas son enviados aquí cuando inician su tercer año de carrera, todos becados por el gobierno cubano. Un día noto que el pueblito estaba todo en la calle, celebrando quizás qué, con ron y comida por doquier, me invitan a compartir con ellos y me atrevo a preguntar cuál es el motivo de tanto festejo, me responden que su comandante estaba de cumpleaños, era un 13 de agosto, Fidel cumplía 84 años.
Me dirigí hacia la ciudad de Villa Clara, llegué en un viejo camión que transportaba a apretados pasajeros en su parte trasera. En esta ciudad descansan los restos de quizás uno de los hombres más admirados de la historia, el Che Guevara. Era una tumba colosal, con una estatua de su imagen de unos 30 metros de altura, llena de turistas de todas partes del mundo. También estaba el Museo del Che, donde exhibían sus escritos, sus prendas, sus armas y pertenencias varias. Asombroso.
La siguiente ciudad visitada fue Cienfuegos, una ciudad plagada de turistas con un hermoso malecón y cómo es la tónica de toda Cuba, una bella arquitectura. Había mucho comercio y alusiones a la revolución -afiches, murales, etc.-, aunque esta característica es igual de intensa en toda la isla.
Al paso de unos días llegó la hora de devolverse a La Habana, me embarque en un tren, y después de un agotador viaje de alrededor de diez horas piso nuevamente la capital.
Me propuse conocer lo que más pudiera en el corto tiempo que me quedaba, y así fue. Fui a la mítica Plaza de la Revolución, una explanada gigante, con los rostros del Che Guevara y Camilo Cienfuegos de fondo, y coronando el espacio, se alza imponente el monumento a José Martí, que además es un museo. Conocí también el Morro de La Habana, la tribuna anti-imperialista, el museo de la revolución. Recorrí la ciudad entera. Pude observar la falta de tecnología, el mal estado de las calles, viví los cortes de luz tan cotidianos, el racionamiento del agua, la inestabilidad financiera, en fin, un montón de cosas que pueden ser mejoradas, pero cabe mencionar que Cuba es víctima de un cruel bloqueo económico*, lo que le hace extremadamente difícil poder contar con los recursos necesarios para poder contrarrestar todas sus carencias. Sin embargo el país sigue adelante con sus principios y convicciones, garantizando salud y educación de calidad no solo a los que allí viven, sino que también al extranjero, acto de profunda solidaridad que el resto del mundo debe agradecer.
Después de un mes en el Caribe, me dirijo al aeropuerto para embarcarme en el avión que me traería a Chile, no sin antes proponerme volver a aquella isla, que con tanto sufrimiento y alegría, con tantos aciertos y desaciertos, con tanta disciplina y rebeldía siguen adelante convencidos de su proyecto, no importa que los tilden de locos utópicos. Ellos siguen nadando contra la corriente, porque como dijo el Che, “más vale morir de pie que vivir de rodillas”.
*Es un bloqueo económico impuesto por el gobierno de Estados Unidos en el año 1962. Su objetivo principal es provocar el derrocamiento de la de la revolución. Este cuenta con una serie de medidas, las cuales se encuentran, entre otras, el impedimento de Cuba para importar de Estados Unidos, así como también la exportación desde la isla. Les prohíbe el uso del dólar en transacciones internacionales, el acceso a créditos, el comercio con filiales de compañías estadounidenses en países terceros, y restringe a los ciudadanos estadounidenses visitar el país.
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