lunes, 16 de julio de 2012

Antiterrorismo? La Globalizacion Represiva



Por Renato Velez.

Varios años han pasado des­de que comenzara la “gran recesión” de 2008. Para los economistas oficiales, la re­cuperación del crash fue casi inmedi­ata; al año siguiente ya se hablaba de “recuperación”. Iba a ser nada más que un paréntesis dentro de la exi­tosa historia del capitalismo neoliberal. Solo un puñado de analistas más agu­dos presagió que aquello no era más que un respiro antes de entrar en una nueva “gran depresión”, cuyo epicen­tro hoy está en Europa, y será tanto o más devastadora que la de la década del treinta, que llevó al advenimiento del fascismo. Como resultado del en­carecimiento del nivel de vida, el des­empleo, la desigualdad, la crisis de la deuda y los programas de “ajuste”, los pueblos del mundo reaccionaron con fuerza en las calles ante las políticas de sus gobiernos.


A la interminable tragedia griega, le siguieron los indignados españoles, los violentos disturbios en Londres y el primer movimiento de protesta es­tadounidense en décadas: “Occupy Wall Street”. Para todos estos prob­lemas, el Estado solo supo brindar una respuesta: represión.

En este contexto, hay que tener pre­sente que la amenaza del “terrorismo” ha sido utilizada como excusa para robustecer el aparato represivo de los gobiernos alrededor del mundo. Esta tendencia no ha hecho más que ex­acerbarse desde el inicio de la crisis económica global. 

Estados Unidos aún no se ha produ­cido un estallido social de magnitudes, pero el caldo de cultivo está ahí y el gobierno norteamericano ha estado fortaleciendo sus mecanismos de control social desde el 11 de septiem­bre de 2001. La “guerra contra el ter­rorismo” que caracterizó al régimen Bush le permitió instaurar la tortura, el espionaje telefónico y muchas otras medidas para preservar “la seguridad de la patria”. Barack Obama terminó por institucionalizar estas prácticas con el Acta de Autorización para la De­fensa Nacional (NDAA, en inglés), pro­mulgada en diciembre pasado y que entre otras cosas permite la detención de personas sin cargo alguno y por tiempo indefinido. De la progresiva construcción de un “Estado Policial” en el país del norte existen abundan­tes escritos y numerosos reportajes. Dentro de poco, no sólo se tachará de terrorista a un anarquista o a un presunto fanático religioso; “terrorista” será cualquiera que desafíe el statu quo, desde estudiantes hasta desem­pleados sin futuro.

Cuando el alcance del capital es glob­al, los medios de control que lo sos­tienen también deben tener un alcance global, sobretodo en tiempos de crisis. Junto a la construcción de apara­tos represivos a nivel nacional, las políticas represivas se encuentran en proceso de transnacionalización. Las bases de datos de las agencias inteli­gencia son fusionadas, las leyes anti­terroristas de cada país son armoniza­das y las definiciones de terrorismo se vuelven peligrosamente vagas.

Un ejemplo de cómo se va construy­endo este aparato represivo integrado a escala global es la ley antiterrorista promulgada en Argentina a fines de 2011. La Ley 26.734 fue presentada por el gobierno de Cristina Fernán­dez de Kirchner para complacer a los poderes hegemónicos. El Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI, controlado por Estados Uni­dos) presionó a la Argentina para que aprobase un paquete de medidas des­tinadas a prevenir el lavado de dinero y la “financiación del terrorismo”, so pena de quedar marginada del G20, privarse del acceso a nuevas líneas de crédito para endeudarse y a la in­versión extranjera directa.

Lo que dicha ley entiende por “terror­ista” – definición proveniente del De­partamento de Estado norteamericano – es cualquier actividad que busque “obligar a las autoridades públicas nacionales o gobiernos extranjeros o agentes de una organización inter­nacional a realizar un acto o absten­erse de hacerlo”. Una tentativa similar había sido presentada en 2007, con el pretexto de prevenir atentados como el perpetrado a la mutual judía AMIA en 1994, imputado con eviden­cias más que dudosas a la República Islámica de Irán. Pero la vaguedad de la definición antes presentada es evidente y el lector advertirá a qué apunta en realidad: se trata de repri­mir a todo tipo de movimiento social, desde indígenas a trabajadores y estudiantes, que realice protestas de carácter reivindicativo. De hecho, el gobierno kirchnerista ha comenzado a utilizarla, por ejemplo, para sofocar las movilizaciones contra los proyectos de megaminería en la región de Catama­rca, defendiendo una vez más los in­tereses corporativos transnacionales. Será también una carta bajo la manga para enfrentar las eventuales tensio­nes sociales derivadas de los nuevos programas de ajuste económico para capear la crisis, bautizados eufemísti­camente como “sintonía fina”.

William Robinson, profesor de Soci­ología de la Universidad de Califor­nia, escribió en una columna para Al Jazeera: “Estamos frente a una guerra del capital contra todos”. Advirtió que la respuesta de las élites transnacio­nales para la crisis podría ser una salida totalitaria. Así, tres brazos del gran capital convergerían en una re­spuesta “neofascista”: el complejo militar-represivo, la especulación financiera y el sector extractivo-ener­gético. El primero se beneficiará de la lucha contra el “terrorismo” a través de la militarización del control social, que es precisamente lo que requieren los otros dos sectores para sobrevivir: las grupos bancario-financieros necesitan que se preserve el “orden público” a toda costa si desean continuar con el desmantelamiento del sector público de los países consumidos por la deuda – como en Grecia – mientras la indu­stria extractiva debe operar sin inter­rupciones de las comunidades locales que se ven afectadas por el saqueo ambiental – como en Argentina.

Ejemplificador también es el caso chil­eno. La “ley Hinzpeter” – que busca convertir en delito formas de movili­zación como las tomas o los cortes de calle – fue la respuesta del Estado al cuestionamiento del modelo político y social imperante. Fue ingeniada ínte­gramente por la Cámara de Comercio y entregada en bandeja al Ministerio del Interior.

“La burguesía recurre al fas­cismo más que en respuesta a los disturbios en la calles, en respuesta a los distur­bios en su propio sistema económico”, dijo en la década del treinta el historiador francés Daniel Guérin. 

“Fascismo global”; eso es lo que se cocina desde arriba.

Entonces, a preparar una respuesta desde abajo.

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