lunes, 19 de diciembre de 2011

Siria: el próximo frente de una campaña de conquista global


Por Renato Vélez

A fines de agosto resonó a lo largo del mundo el triunfo de los rebeldes libios, al tomar las calles de Trípoli, principal bastión de las fuerzas leales al otrora poderoso Muammar Gaddafi. Se cerraba un capítulo de una guerra civil, presuntamente inspirada por los ideales de democracia y libertad de la Primavera Árabe, y que contó con el apoyo de las fuerzas de la OTAN. Además de presentar en sus inicios a los rebeldes libios como un movimiento de protesta pacífica, evitando hacer notar la presencia de monarquistas y radicales islamistas (algunos, miembros de Al Qaeda), la mayoría de los medios occidentales obviaron la presencia de fuerzas especiales estadounidenses y británicas en operaciones de entrenamiento y sabotaje contra Gaddafi aun antes de dictarse la Resolución 1973 de la ONU.

Y es que Libia – a diferencia de Túnez, Egipto o Arabia Saudita – no era un régimen servil a los dictados imperiales. Ahora que Gaddafi ha caído, los rebeldes auxiliados por la OTAN han asegurado los intereses petroleros estadounidenses y europeos en la región. Si bien el régimen de Gaddafi tuvo su fase de acercamiento a Occidente en los últimos años, nunca dejó de estar en el ojo del Pentágono.

De particular importancia son las declaraciones del retirado general estadounidense y ex comandante de la OTAN, Wesley Clark. En 2001, tras la invasión de Afganistán, le fue revelada la estrategia de conquista para los próximos años, incluyendo siete países: Irak, Líbano, Somalia, Sudán, Libia, Siria e Irán. Tras la caída de Gaddafi, y el retiro de algunos contingentes desde Irak y Afganistán, la OTAN puede ahora comenzar una nueva campaña de conquista: Siria.

Siria posee un territorio menor que Libia y sus reservas de petróleo son inexistentes en la práctica. Sin embargo, la importancia geopolítica de Siria radica en el ser un actor clave dentro del concierto de Medio Oriente. Derrocar al régimen de Bashar Al-Assad cumple un doble objetivo: primero, eliminar un bastión tradicional de la oposición al imperialismo occidental en la región, sostenedor de grupos como Hamás y Hezbolá, además de aliado estrecho de Irán; y, en segundo lugar, perjudicar la posición de Rusia, puesto que Siria alberga en la ciudad de Tartus la única base naval rusa en el Mediterráneo.

Al igual que en Libia, donde la guerra civil ya se cobró miles de muertos, Estados Unidos y sus aliados buscan comenzar una nueva guerra de agresión bajo la excusa de una “intervención humanitaria”. De la misma forma que con la revuelta contra Gaddafi, potencias y medios occidentales han desarrollado una campaña de desinformación y distorsión de los hechos buscando justificar el ataque. Se presenta a los rebeldes como si se tratase de un movimiento masivo de protesta pacífica, omitiendo la presencia – informada por medios de la zona – de bandas armadas en los mítines, denuncias sobre la presencia de agentes israelíes y saudíes, el ingreso de armas desde Turquía, o el financiamiento estadounidense a la oposición siria desde 2008, según se desprende de los últimos cables revelados por Wikileaks.

También se ha omitido que Bashar Al-Assad es uno de los líderes más populares de la región y que mientras se anuncian reformas políticas y se desarrollan operaciones militares para sofocar la rebelión, durante semanas cientos de miles han salido a las calles a apoyar la gestión de Assad, quien gobierna uno de los pocos Estados laicos de la región.

Desde el comienzo de la guerra en Libia, comenzaron a resonar los tambores en torno a Siria. En marzo, un grupo de senadores estadounidenses, liderados por el ex candidato John McCain solicitaron una intervención militar contra Assad. Sin embargo, los intentos por perjudicar el régimen sirio no prosperaron. El funesto precedente dejado en Libia con la Resolución 1973 ha hecho que rusos y chinos bloqueen sistemáticamente cualquier medida que pavimente el camino hacia una eventual intervención de la OTAN en Siria. Pero a medida que se cierra el capítulo libio de la campaña de conquista global, han comenzado a elevarse las amenazas contra el régimen de Assad. A mediados de agosto, Obama y otros jefes de Estado de la OTAN solicitaron la renuncia del presidente sirio y anunciaron la implementación de una ronda de sanciones económicas. Al igual que en Libia, las sanciones son el paso previo a la guerra.

El 5 de agosto, el embajador de Rusia ante la OTAN, Dimitri Rogozin, advirtió que el plan de la Alianza Atlántica para atacar a Siria está en marcha, y que además, este ataque será utilizado como cabeza de puente para lanzar la ofensiva final contra el mayor enemigo de Estados Unidos e Israel en la región: Irán. El análisis de Rogozin puede ser acertado, pues en caso de ataque a Siria, la República Islámica se vería forzada a prestar asistencia a Assad en virtud de un acuerdo de cooperación militar firmado por las dos naciones en 2009.

El apoyo de Irán al régimen sirio en un eventual conflicto será la excusa perfecta para lanzar la guerra contra Irán. Tras la invasión a Irak en 2003, George Bush preparó el camino para atacar Irán. Debido a diferencias dentro de su propio gabinete, la operación no se llevó a cabo y su sucesor, Barack Obama, intentó desestabilizar el régimen de Ahmadineyad a través de la “Revolución Verde” durante las elecciones presidenciales del 2009. Cuando fue abortada aquella intentona para derrocar el gobierno iraní “desde dentro”, el gobierno de Obama reanudó los preparativos para la intervención militar. Por su parte, el gobierno israelí no ha ocultado su interés por realizar un ataque quirúrgico contra los reactores nucleares iraníes, incluso sin la venia de Washington.

Así como en la década de 1930, mientras la economía se derrumba en Occidente, no es arriesgado pensar que una guerra a gran escala forme parte de las estrategias de salida contempladas por las potencias de la OTAN. No pocos autores han advertido que una operación conjunta contra Siria e Irán bien podría ser el comienzo de la Tercera Guerra Mundial. De ser así, avanzar contra Siria no sólo estaría poniendo en riesgo la continuidad del régimen de Assad; estaría arriesgando la paz y la seguridad del mundo entero. Solo el tiempo lo dirá.

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