Por Luis Vitale.
(fragmentos de La Interpretación marxista de la historia de
Chile, tomo III, capítulo I)
El PERIODO IZQUIERDISTA
El movimiento del 15 de noviembre de 1811, que lleva al
poder a José Miguel Carrera, abrió una nueva
etapa en la revolución chilena. El ala izquierda
canceló el período de vacilaciones de la burguesía criolla, encaminándose en
forma resuelta hacia la independencia política del país. A pesar de la
oposición cerrada de los derechistas y centristas que se habían coaligado contra
el gobierno, José Miguel Carrera aceleró el proceso revolucionario
mediante la adopción de medidas decisivas para la creación de un Estado
independiente.
En este sentido, el paso más importante fue la promulgación
del Reglamento Constitucional de 1812,
cuyo acápite V establecía: “Ningún decreto, providencia u orden que emane de
cualquier autoridad o tribunales fuera del territorio de Chile, tendrá efecto
alguno; y los que intentaren darle valor, serán castigados como reos de
Estado”. Mediante esta resolución, Chile se declaraba de hecho un país
independiente puesto que dejaba de aceptar la tutela de España y pasaba a
gobernarse de acuerdo a sus propias leyes. Carrera simbolizó este paso por la
soberanía nacional creando la bandera tricolor, la rapela y el escudo con el
lema: "Por la razón fuerza". Bajo su gobierno, el encabezamiento
tradicional de los decretos que a la letra decía: "El Rey, y en su
cautiverio la Junta representativa de la soberanía en Chile", fue reemplazado por esta significativa frase: Junta
Gubernativa de Chile, representante de la soberanía nacional". Paralelamente,
empezó a concederse ciudadanía a los
españoles que reconocieran al nuevo gobierno chileno y que prestaran el
siguiente juramento de nacionalidad: "¿Confesáis bajo el propio juramento
que ni las Cortes ni la Regencia, ni los pueblos Estado peninsular, ni otra
extraña autoridad, tiene ni debe tener derecho a regir y gobernar al pueblo de
Chile?” (15).
La enumeración de estas medidas, dilatadas durante dos años
por los gobiernos anteriores, bastaría para mostrar en forma objetiva que José
Miguel Carrera fue indiscutiblemente el
dirigente criollo más importante de la lucha por la independencia política y un
revolucionario esclarecido de la época. Los argumentos de los detractores de
Carrera, cargados de subjetivismo,
aparecen como mezquindades anecdóticas frente a las graníticas resoluciones que
afianzaron la soberanía nacional de Chile.
¿Qué combinación de factores permitía este político a la apertura de una nueva etapa en la revolución chilena? ¿En qué fuerzas sociales
se apoyó Carrera para llevar
adelante esta política revolucionaria, si era combatido por la derecha y el
centro burgués?. Los escritores carrerinos atribuyen el ascenso vertiginoso de
Carrera a su extraordinaria personalidad. Nosotros, sin desconocer las virtudes
personales del caudillo, opinamos que el curso separatista y
rupturista con España se debió, fundamentalmente, a la incorporación de
sectores populares al proceso revolucionario cuya importancia real y decisiva
supo aquilatar Carrera. Esta integración, obstaculizada por la política
elitista de las fracciones de la burguesía criolla que controlaron la Primera
Junta y el Primer Congreso Nacional, fue el factor dinámico de clase
que permitió a los Carrera profundizar la lucha por la independencia. El
mérito de José Miguel Carrera fue haber comprendido que sólo la participación
popular podría acelerar la lucha rupturista con el imperio español, paralizada
por los elementos vacilantes de la burguesía criolla. José Miguel Carrera,
descendiente de una familia burguesa de activa participación política en los
sucesos de 1810, a los pocos días de su regreso de España, donde había trabado
relaciones con otros jóvenes latinoamericanos influídos por el pensamiento
liberal europeo, se dio cuenta que la
revolución estaba estancada en
Chile. En 1811, escribía a su padre:
"Las obras cuando se empiezan, es menester concluirlas [...] Ha
llegado la hora de la independencia americana; nadie puede evitarla. La España
está perdida" (16).
El poder de atracción personal de José Miguel, su aureola de
combatiente ejemplar en el ejército, su inteligencia, simpatía y generosidad y,
fundamentalmente, su decisión de luchar por
la independencia, crearon
rápidamente un círculo de influencia entre las milicias criollas y los jóvenes
burgueses y pequeño burgueses, descontentos con el curso moderado de los primeros gobiernos criollos. A los veintiséis
años, José Miguel era el líder del ala izquierda burguesa, un joven que
se mofaba del espíritu ramplón y pacato de la “aristocracia” criolla. Su
desprecio por la mezquina e interesada
actitud de ciertos líderes de 1810, se trasluce en los retratos de personajes
estampados en su diario: "Rozas era un patriota; pero el interés personal
era su primer cuidado”. Del jefe de la familia de los "ochocientos"
se formó la siguiente impresión, luego de un intercambio de ideas sobre la
acción del futuro gobierno surgido el 4 de septiembre de 1811: “Le vi tender la
vista sobre la Casa de Moneda, administración de tabacos, aduanas y otros
empleítos de esta naturaleza" (17).
Expresaba su decisión de desplazar los Larraínes de una
manera tajante: “ era pues preciso elegir entre nuestra
muerte y la esclavitud de Chile o el abatimiento de la familia de Larraínes y
sus adictos” (18). Para uno de sus biógrafos, José Migule Carrera fue “ese
joven aristocrático, que dejando a un lado blasones, riquezas y honores, se
lanzó en medio de las masas populares para imbuir en ellas las ideas
republicanas” (19).
Su hermana Javiera, que a la sazón contaba con treinta años,
fue una infatigable, consecuente y voluntariosa compañera de los ideales
libertarios de sus hermanos, en los
días de triunfo como en los de
derrota. En los momentos en que la
burguesía criolla se aferraba a
la fórmula de gobernar en nombre de Fernando VII, Javiera Carrera simbolizó su
repudio a la corona española con ocasión de un baile de gala realizando el 18
de septiembre de 1812 en el palacio de Toesca: “Doña Javiera Carrera llevaba en
la cabeza una guirnalda de perlas y diamantes de la cual pendía una corona,
aquél en el sombrero y éste en la gorra y sobre ella una espada en ademán de
partirla y un fusil en aptitud de darle fuego” (20).
La tonada “La Panchita”, cantada por el pueblo en las
“chinganas”, era una de las expresiones más claras de la simpatía que gozaba Javiera
Carrera. Su hermano Luis había logrado
también conquistar popularidad en los arrabales de Santiago. Desde enero de
1812, el gobierno alentaba al pueblo a reunirse en los Tajamares, hecho
comentado por el cronista español Melchor Martínez del siguiente modo: “Con
este depravado arbitrio tomó tal exaltación el entusiasmo de la plebe y
toda la juventud en general que no se veía ni oía otro clamor que viva la
Patria y vivan los Carrera a quienes todos ofrecían gustosos a sostener y
defender traídos de la licenciosa libertad” (21).
Los hermanos Carrera fueron los primeros caudillos que
buscaron en ese período el apoyo de los sectores populares para acelerar
el proceso revolucionario por la independencia. Uno de
los mejores investigadores de este período histórico, Julio Alemparte, sostiene que “los golpes de
Carrera fueron apoyados no por
minúsculos grupos adictos a la aristocracia, como ocurriera hasta entonces,
sino por elementos más numerosos y populares. Burlándose de esto,
un memoralista de la época hablaba del “soberano pueblo de Carrera”. Y
otro autor satírico, en un pasquín que apareció por esos días, en forma de
bando, expresaba: El Congreso os convoca, pueblo chileno, a sus representantes, los
escribanos, procuradores, receptores, papelistas, escribientes de oficinas, mozos
vagabundos, ociosos, viejos descalzos, pobretones, ambiciosos, para hoy a las
nueve de la mañana. El Cabildo os califica de buenos patriotas, y fía de
vuestra desición su suerte futura. Hombres de bien, condes, marqueses,
familias, bienes y obligaciones, estad metidos
en vuestras casas
para impedir el
vejamen de ser el ludibrio y expulsos de las puertas del Cabildo Estas y
otras burlas –sigue Alemparte- en las cuales se refleja la irritación que los
patricios causaba el contacto de los Carrera con el pueblo, son uno de los
tantos testimonios del franco espíritu revolucionario del bando carrerino. Ya
en la nota que enviaran a la derrocada Junta, el 15 de noviembre, decían
claramente los Carrera que una de las causas de la inestabilidad política derivaba
de que “el pueblo nunca ha sido oído, ni ha podido hablar libremente, pues las
más de las veces se han provocado sus
sufragios por convites
a ciertas personas (...) por lo cual declarábase que, en esta
oportunidad podían concurrir a la plaza mayor todos los vecinos sin excepción”.
Comentando este llamado, escribe Barros Arana: "La asamblea que pedía
Carrera importaba una peligrosa innovación, por cuanto se pretendía dar parte
en los negocios públicos a las turbas populares siempre fáciles de ser manejadas por caudillos
audaces y ambiciosos” (22). A pesar de su escasa simpatía por Carrera, el
historiador Barros Arana se vio obligado
a reconocer que Carrera “consiguió popularizar
el movimiento revolucionario, dando al elemento democrático intervención
en las manifestaciones de la opinión y
del patriotismo, en que hasta entonces sólo habían tomado parte las clases
acomodadas” (23).
El carácter popular del movimiento carrerino fue inclusive
reconocido más tarde por un gobierno contrario a José Miguel Carrera, como el
de Pueyrredón, quien en un documento de 1816 dirigido a San Martín expresaba:
“Siendo notoria la división en que se hallaba Chile por dos partidos poderosos,
antes de la entrada de las tropas del rey, presididos a saber, el uno por la familia
de los Carrera, y el otro por la casa de los Larraínes (...) el general (San
Martín) tendrá presente que el primero de los dichos partidos contaba con el
afecto de la plebe, y que sus procedimientos, aunque nada honestos ni
juiciosos, investían un carácter más firme contra los españoles; y que al
segundo, pertenecían la nobleza, vecinos de caudal y gran parte del clero
secular y regular, siempre tímidos en sus empresas políticas” (24).
Los principales dirigentes del ala izquierda, además de los
Carrera, eran Camilo Henríquez, Baltazar Ureta, Julián Uribe y Manuel
Rodríguez, que se había incorporado a la lucha activa en noviembre de 1811.
El primero cumplió un destacado papel en la difusión de las ideas
libertarias y republicanas, mediante la fundación del primer periódico nacional
La Aurora de Chile. Allí se vertían, todos los jueves, opiniones del siguiente
tenor: “Es absurdo creer que exista en algún punto de la tierra la libertad
civil sin la libertad nacional [...] Las revoluciones son en
el orden moral lo que son en el
orden de la naturaleza los terremotos y las tempestades. Los meteoros son
terribles; pero hasta ahora nos han sido
saludables (...) Comencemos declarando nuestra independencia. Ella sola puede
borrar el título de rebeldes que nos da
la tiranía (...) Ya es tiempo de que cada una de las provincias revolucionarias
de América establezca de una vez lo que ha de ser para siempre: que se declare
independiente y libre y que proclame la justa posesión de sus eternos derechos”
(25).
En el seno del movimiento carrerino se fue gestando una
corriente de extrema izquierda, plebeya y jacobina, que no se conformaba
solamente con acelerar la lucha por la independencia política sino que comenzó
a plantear por primera vez en Chile la “cuestión social”. El líder de esta
tendencia, cuyo contenido programático rebasaba los límites burgueses de los
Carrera, ya que aspiraba a combinar la independencia política con la revolución
social, fue el franciscano Antonio Orihuela, hijo de Francisco Borja y sobrino carnal de Manuel de Salas. De
Santiago, donde había tomado los hábitos en 1797, se trasladó a Concepción en
1808. Allí apoyó el golpe carrerino del 4 de septiembre de 1811 y fue uno de
los líderes del movimiento que reemplazó a las autoridades derechistas de
esa provincia. Este movimiento
penquista, que tuvo un contenido más popular que el de Santiago, obligó a un obispo contrarrevolucionario de
Concepción a pronunciar una pastoral donde decía: "y vosotros fuisteis
testigos de los turbulentos cabildos abiertos que le precidieron y
subsiguieron, en que hicieron el papel más brillante las personas más
despreciables del pueblo, y entre ellas un vil esclavo, bien conocido por sus
insípidas bufonadas y sandeces" (26).
Antonio Orihucia, elegido diputado por Concepción el 4 de
septiembre de 1811, en una asamblea popular, "repartió -dice Domingo
Amunátegui- a los vecinos de la ciudad, y en seguida a los miembros del
Congreso una violenta proclama, en la cual declamaba contra los aristócratas y
aconsejaba su exterminio" (27).
Esta proclama, que constituye uno de los primeros documentos
de la historia del pensamiento social chileno, señalaba en sus párrafos más
relevantes: "Pueblo de Chile: mucho tiernpo hace que se abusa de
vuestro nombre para fabricar vuestra desdicha (...) El infame instrumento de
esta servidumbre que os ha oprimido largo tiempo es el dilatado rango de
nobles, empleados y títulos que sostienen el lujo con vuestro sudor y se
alimentan de vuestra sangre (...) ¡qué lamentarse de los artesanos, reducidos a
ganar escasamente el pan de cada día, después de inmensos sudores y fatigas; de
los labradores que sinceramente trabajan en el cultivo de pocas simientes para
sus amos y morir ellos de hambre, dejando infinitos campos vírgenes, porque les
era prohibido sembrar tabaco, lino y otras especies, cuya cosecha hubiera
pagado bien su trabajo; de los pobres mineros, sepultados en las entrañas de la
tierra todo el año para alimentar la codicia de los europeos! ¡qué lamentarse
por la estrechez del comercio, decaído hasta
lo sumo por el monopolio de la España (...) La nobleza de Santiago se
arrogó así la autoridad que antes gritaba competir sólo al pueblo (como si
estuvieran excluidos de este cuerpo respetable los que constituyen la mayor
parte y más preciosa de él) y creó una junta, provisional que dirigiese las
operaciones (...)Ved aquí en este solo pueblo de Concepción patentes ya las
funestas consecuencias de la instrucción maldita en la elección del Conde de la
Marquina, del magistral Urrejola y del doctor Cerdam (...) Ninguno más inepto
para desempeñar cualquier encargo público que el conde de la Marquina. Lo
primero por Conde. En las actuales circunstancias, los títulos de Castilla que,
por nuestra desgracia abundan demasiado en nuestro reino, divisan ya en la
imitación del gobierno el momento fatal en que el pueblo hostigado de su
egoísmo e hinchazón, les raspe el oropel con que brillan a los ojos de los
negocios (...) El remedio es violento pero necesario. Acordaos que sois hombres
de la misma naturaleza que los condes,
marqueses y nobles; que cada uno de vosotros es como cada uno ellos, individuo
de ese cuerpo grande y respetable que se llama Sociedad; que es necesario que
conozcan y les hagais conocer esta igualdad que ellos detestan como destructora
de su quimérica nobleza (...) Con vosotros hablo, infelices, los que formais el
bajo pueblo. Atended: Mientras vosotros sudáis en vuestros talleres; mientras
gastáis vuestro sudor y fuerzas sobre el arado; mientras veláis con el fusil al hombro,
al agua, al
sol, y a todas las inclemencias del tiempo, esos señores condes,
marqueses y cruzados duermen entre limpias sábanas y en mullidos
colchones, que les proporciona vuestro trabajo; se divierten en juegos y
galanteos, prodigando el dinero que os chupan con diferentes arbitrios, que no
ignorais; y que no tienen otros cuidados que solicitar, con el
fruto de vuestros sudores, mayores empleos y rentas más pingües, que han
de salir de vuestras miserables existencias, sin volveros siquiera el menor
agradecimiento, antes sí desprecio, ultrajes, baldones y opresión. Despertad,
pues, y reclamad vuestros derechos usurpados. Borrad, si es posible, del número
de los vivientes a esos seres malvados que se oponen a vuestra dicha, y
levantad sobre sus ruinas un monumento eterno a la igualdad" (28).
Esta proclama demuestra que desde los albores de nuestra independencia política
existió una corriente plebeya que,
aunque minoritaria, planteó no sólo el combate contra el imperio español sino
contra los propios explotadores
nacionales. Para Marcelo Segall, "la presión de clase
obrera comienza con las proclamas de Antonio Orihuela en 1812, que dispuesto a
transformar la independencia política en revolución social llamaba a los
trabajadores a la rebelión y al levantamiento" (29).
Otra expresión de
extrema izquierda dentro del movimiento carrerino, que podríamos calificar
hasta de “jacobina”, fue la exigencia de expropiar a la burgesía criolla unos
de tres millones de pesos para financiar
el ejército patriota, ante la
inminente invasión española. La petición del Batallón de Granaderos, entregada
el 16 de noviembre de 1811, decía: “Que el nuevo gobierno no omita diligencia
alguna para engrosar el erario con tres
millones de pesos sin perdonar arbitrio!”. La reacción de los círculos
burgueses, ante tal exigencia, ha sido reflejada a su manera por el cronista
español Talavera: “Esparcidas estas especies a pocos días de efectuada la
reforma del gobierno,
producían las más tristes y melancólicas ideas en los corazones del
vecindario, en términos que los ciudadanos del mayor rango tentaron retirarse
de la capital improvisadamente, llevando consigo sus caudales y alhajas; otros
depositan en el seno de la tierra su dinero y preciosidades; otros se
transportan a los conventos; las familias más realzadas emigran
precipitadamente a los campos, llenas de consternación; la capital no ofrecía
sino un cuadro melancólico de pavor y de sustos, porque cada vecino esperaba la
desolación de su casa” (30). Estas
apreciaciones, aunque exageradas yrecargadas de subjetivismo, expresaban en
parte la reacción de la burguesía ente
la probabilidad de ser expropiada. Las
presiones obligaron a Carrera a rechazar las
exigencias de sus partidarios y
tuvo que dar garantías de que no se efectuarían expropiaciones en las
circulares del 16 y 19 de noviembre de 1811. Sin embargo, Carrera no olvidó
este planteamiento de los sectores populares y meses después estableció una
contribución forzosa. Uno de los expropiados fue el bodeguero español don
Joaquín de Villa Urrutia que había hecho construir frente a su casa un enorme
malecón de piedra; en sesión de la Junta
Cívica Auxiliadora declaró: “Que don Joaquín de Villa Urrutia, poseyendo una
fortuna de más de doscientos mil pesos, debe contribuir al empréstito con
$12.000 y que de no hacerlo, se proceda a embargarle y rematarle prontamente lo
necesario” (31).
El equipo carrerino
fue el ala izquierda durante las primeras fases de la revolución porque
se constituyó en la vanguardia intransigente de la lucha por la independencia política. Para
contrarrestar la oposición de la derecha y el centro burgués, Carrera
apeló a los
sectores populares, quienes
dieron un impulso desicivo al
proceso revolucionario. El movimiento carrerino, de carácter populista, no era
ni podía ser en aquella
época una corriente proletaria, sino que fue la expresión más
consecuente de la izquierda burguesa en el cumplimiento de la tarea
democrática esencial del momento: la
independencia política. La corriente auténticamente plebeya fue la extrema
izquierda que se desarrolló dentro del movimiento carrerino. Uno de sus
exponenes más destacado el franciscano Orihuela, trató de combinar, como
Hidalgo y Morelos en Mexico, la lucha por la independencia política con la revolución
social. Sin embargo, esta tendencia plebeya, inorgánica y aún intuitivamente
revolucionaria, no podía prosperar por la cuasi inexistencia de la única clase
históricamente capaz de realizar la revolución social: el proletariado.
La oposición cerrada al gobierno de Carrera provenía en lo
inmediato del temor de la derecha y el centro burgués a que las medidas para
acelerar la independencia provocaran la
guerra con España y el Virreynato
del Perú. Una de las causas del descontento de estos sectores de la burguesía
era la firme resolución de Carrera de organizar de una vez por todas el
ejército y las milicias criollas. Los terratenientes protestaban contra los
preparativos militares porque les quitaba mano de obra: “La
convocación de las milicias y el acuartelamiento de los
campesinos, precisamente en los momentos en que habían comenzado a hacerse las
cosechas, causaban los más graves perjuicios” (32).
Una guerra con España y, por consiguiente, con el Virreynato
del Perú, significaba para los terratenientes pérdida del principal
mercado para la exportación de trigo, que aún permanecía firme en 1812. El
norteamericano Samuel B. Johnston, que vino a Chile en 1812 como tipógrafo para hacer funcionar
la imprenta que Hoevel había importado de Estados Unidos, relata en sus cartas
sobre Chile que "Lima depende en absoltuto de Chile para un artículo tan
indispensable como el trigo. Hay veinte buques empleados en el tráfico entre El
Callao y Valparaíso, que lo componen el trigo, carne salada, frutas seca mantequilla,
queso, sebo y vino en cambio de azúcar, arroz, cacao, tabaco, sal, hierro y
manufacturas europeas. Fue materia de admiración para mí el ver que los
chilenos permitiesen que se llevase trigo a Lima, cuando Virrey hacía la guerra
a Buenos Aires (y, en consecuencia, a los principios que habían abrazado)
estando estrechamente aliados con esa provincia. Al paso que el ejército de
Buenos Aires está sitiando a los realistas de Montevideo, el hacendado patriota
de Chile labra sus campos para proveer con el pan a los enemigos de su
país" (33).
En la urgente e ineludible tarea de consolidar el ejército criollo para enfrentar a los
realistas, Carrera suplió sus improvisadas condiciones de organizador
con su desbordante entusiasmo y actividad. Elevó el número de los granaderos a
1.500 y mandó confeccionar 10.000 lanzas y 1.500 tiendas de campaña. Trató de
financiar los gastos militares con nuevos impuestos que acrecentaron las
protestas de los terratenientes y comerciantes. Con el mismo fin, gravó con seis
pesos por quintal la internación de yerba mate. "No entre -decía el
decreto gubernamental- yerba mate del Paraguay sin satisfacer uno y medio
reales del derecho de balanza en lugar de los tres cuartos que hasta aquí ha
pagado” (34). Según los cálculos del gobierno, el nuevo impuesto a la yerba
mate debía producir 57.000 pesos anuales
y el de
balanza unos 25.000 pesos.
"Estas medidas -afirma Barros Arana- produjeron una profunda perturbación
(...) desprestigiaban la revolución ante propios y extraños” (35). En realidad,
afectaban a la burguesía importadora que controlaba el monopolio comercial de
distribución de la yerba mate y los intereses de los exportadores argentinos.
Esta medida determinó un agravamiento
de las ya tensas relaciones entre
la Junta de Buenos Aires y el gobierno de Carrera, cuyo ascenso al poder había
sido mal visto por el representante de Buenos Aires en Chile: "Cuando el
movimiento del 4 de septiembre nos prometía los mejores resultados -decía el
delegado Bernardo Vera en su informe- cuando este país se congratulaba ya por
la alianza muy estrecha con V.E.
acreditada en el aumento
considerable de las cantidades de
pólvora con que se le quería auxiliar, la revolución del 15 de noviembre
último, ha cambiado todo el semblante de las cosas hasta hacer incalculables
los fines en que terminará esta crisis terrible” (36).
La derecha y el
centro burgués siguieron saboteando a Carrera no sólo a través de la oposición
obstruccionista del Congreso, sino también alentando golpes militares, como el
dirigido por los hermanos Huici el 27 de noviembre de 1811. Ante la actitud del
sector derechista de retirar los diputados para no dar el quórum necesario a
las sesiones donde el gobierno planteaba sus medidas de
urgencia, Carrera se vio
inducido a disolver el Congreso el 2 de diciembre de 1811. Fundamentaba su
resolución en una proclama en la que decía que el Congreso constituía un
estorbo para alcanzar la “independencia absoluta”, ya que era incapaz de
declarar la ilegitimidad de las cortes españolas; “es constante que, separado el
trono, el Reycautivo, los pueblos de la monarquía española reasumieron
exclusivamente la posesión de la soberanía que le había depositado; e instalada
la Regencia del interregno y sus Cortes generales extraordinarias de un modo
ilegal, ellas no tuvieron autoridad bastante para extenderse sobre los dominios
de ultramar. Chile, por eso, suspende su reconocimiento”. Carrera, al plantear
el desconocimiento del Consejo de Regencia, medida que no se habían atrevido a
tomar los gobiernos anteriores, daba un paso decisivo hacia la independencia
política de Chile.
A pesar de tener que concentrar los esfuerzos en la defensa
militar para hacer frente a una eventual invasión española, el gobierno de
Carrera se preocupó de la Educación, de la Salud pública y del fomento de la
minería, a la marina mercante nacional y a la industria criolla. Propuso
medidas para alentar la producción de salitre y un proyecto para crear un banco
de rescate de pastas y de plata en Huasco, con un capital de veinticinco mil
pesos.
El 14 de enero de 1813 quedó fundada la “Sociedad de Amigos
del país” con el fin de fomentar la agricultura, la ganadería, la industria y
la artesanía. Estaba dirigida por Juan Egaña, Antonio José de Irisarri,
Manuel de Salas,
Domingo Eyzaguirre y Joaquín Gandarillas. El gobierno, consciente de la
importancia económica de la minería, decretó el 19 de mayo de 1813 que los
trabajadores mineros, operarios, pirquineros, cateadores, etc., quedaran
"exentos de todo alistamiento y servicio de armas, conforme a lo prevenido
en las ordenanzas de minería y militar, y a la actualidad y conveniencia que en
las actuales circunstancias resulta al Estado del fomento y labores de las
minas, ningún jefe militar molestará a estos individuos" (37).
En marzo de 1813, el decreto de libertad de comercio de 1811
fue reglamentado bajo el nombre de "Apertura y Fomento del Comercio y la
Navegación", en el que se establecieron medidas proteccionistas a la
industria y a la marina mercante nacional, gravando con un 30% las mercaderías
extranjeras y concediendo a los barcos chilenos la exclusividad del comercio de
cabotaje.
Una de las principales medidas de sabiduría pública,
promovida por el gobierno, fue la Junta de Vacuna, institución que en 1812 llegó
a vacunar 2.729 personas contra la viruela. La educación fue motivo de especial
preocupación del gobierno de Carrera. En enero de 1813, se levantó el primer
censo escolar de la República que
"registró en la capital únicamente siete escuelas,
con seiscientos sesenta y cuatro alumnos, en una población de cincuenta mil habitantes" (38). Ese
mismo año, se fundó el Instituto
Nacional con el fin de promover el estudio de “las
ciencias, artes y oficios, instrucción militar (...) Desde la instrucción de las
primeras letras se hallarán
allí clases para todas las ciencias y facultades útiles a la razón y las
artes; se hallarán talleres de todos los oficios, cuya industria sea ventajosa
a la República” –señalaba el título XI, sección I, del Instituto.
Camilo Henríquez destacaba la importancia del Instituto
Nacional en los siguientes términos: "Es necesario proteger la industria,
y es indispensable domiciliar entre
nosotros los conocimientos útiles. Para tener hombres que posean los
conocimientos y de que pende el
adelantamiento de las minas y demás producciones del reino, y que éstos sean en
número suficiente a cubrir todos los puntos que
exigen sus atenciones, con unos costos tolerables sin el riesgo de ser
el juguete de los charlatanes, es forzoso que se formen aquí; es forzoso que
este género de estudios se establezcan entre nosotros. Ellos están comprendidos
en el plan del Instituto Nacional (39).
Durante el gobierno
de Carrera se fomentó la instrucción de la mujer, como se desprende del
decreto de agosto de 1812: "La indiferencia con que miró el antiguo
gobierno la educación del bello sexo, es el comprobante menos equívoco de la degradación con que era considerado el
americano. Parecerá una paradoja que la capital de Chile poblada
de más de cincuenta mil habitantes (con su distrito rural) no haya aún conocido
una escuela de mujeres”. Según este decreto, cada monasterio de monjas debía
tener la obligación de suministrar una
sala para la escuela de primeras letras de niñas pobres. Los conventos de
monjas se resistieron a cumplir la orden del gobierno. El interés de Carrera
por la educación está reflejada también en un emotivo gesto familiar: en 1818,
en medio del fragor de las luchas intestinas de Argentina, país en el que
estaba relegado, “tradujo del inglés un tratado de educación infantil, y envió
los treinta pliegos de su manuscrito a su mujer, con estas sentidas palabras:
“Es el único obsequio que por la primera vez he hecho a mis hijas” (40).
Con la finalidad de forjar una conciencia republicana en la juventud, el gobierno de
Carrera difundió en las escuelas un catecismo político. El tipógrafo
norteamericano Samuel Johnston comentaba en sus cartas sobre Chile que el
catecismo político era una medida “bien
calculada para propagar la forma republicana de gobierno, y que demostraba en
su autor un profundo conocimiento de la naturaleza humana.
El catecismo político comenzaba de este modo: “¿De qué
nación es usted? Soy americano. ¿Cuáles
son sus deberes como tal? Amar a Dios y a mi patria, consagrar mi vida a su
servicio, obedecer las órdenes del gobierno
y combatir por la defensa y sostén de los principios republicanos.
¿Cuáles son las máximas republicanas? Ciertos sabios dogmas encaminados a hacer
la felicidad de los hombres, establecen que todos hemos nacido iguales y que
por ley natural poseemos ciertos derechos, de los cuales
no podemos ser legítimamente privados. Se consigna
enseguida una larga enumeración de privilegios de que se goza bajo el imperio
de la forma republicana de
gobierno, en constraste con lo que el pueblo padecía bajo
el antiguo régimen colonial de España. Una vez por semana se celebra un
certamen escolar público, en el que se ejercita a los niños en el referido catecismo
y se otorgan premios a los que se manifiestan saberlo mejor. Se señalan también
dos de los muchachos más despiertos para que declamen discursos redactados en
forma de diálogo entre un español europeo y un americano, en los cuales aquél
sostiene el derecho de conquista como suficiente título del rey a su poder
absoluto. El que lleva la representación de América, va armado de fuertes
argumentos para sostener su causa basado
en los derechos del hombre y concluye por derrotar a
su contradictor, que acaba
por convertirse al
nuevo régimen. Toda esta argumentación aparece redactada en términos
claros y sencillos, calculados para que los entiendan aún los de pocos
alcances, estando enderezada sólo para instrucción de los que no saben leer o
no tienen medios para adquirir libros"(41). Hemos citado "in
extenso" esta referencia de un testigo de la época, poco mencionada por
los historiadores, porque constituye una de las mejores expresiones del ideario
republicano de José Miguel Carrera y de su preocupación porque la campaña de
educación política llegara en los términos más sencillos a los sectores
populares del naciente Estado.
El gobierno carrerino tuvo que enfrentar la oposición
permanente y enconada de "la Iglesia que, como vanguardia de la contrarrevolución,
reaccionaba ante las medidas tendientes a acelerar la independencia política,
además de sentirse afectada
por el decreto que declaraba
exentos de derechos eclesiásticos a los matrimonios y entierros de los pobres
y, sobre todo, por la supresión de
la palabra “romana” en el
reglamento constitucional de 1812. Carrera fue el primer gobernante chileno
dispuesto a tomar medidas contra la Iglesia, como parte de su plan político de
desarmar a la contrarrevolución en cuyas filas precisamente militaba la mayoría
del clero.
La oposición al gobierno de Carrera adquirió un carácter
manifiestamente ultraderechista en los momentos más críticos para la
independencia chilena: la invasión del ejército realista, dirigido por Pareja.
En vez de cerrar filas en defensa del país, la oposición derechista trató de
aprovechar la invasión española para derribar a la Junta de Carrera. Los
sectores izquierdista acentuaron su decidido apoyo al gobierno y exigieron la
aplicación de impuestos forzosos a la burguesía. En una vibrante proclama del
31 de marzo de 1813, José Miguel Carrera declaraba: "ya se borró del
diccionario de Chile la funesta voz del moderantismo". En su "Diario
Militar", anotaba el rechazo a las proposiciones del
jefe del ejército español: "Yo le contesté asegurándole que
debíamos despreciar toda amistad con el virrei y con Sanchez, si se fundaba en
sostener los derechos de Fernando; que los pueblos de Chile trabajaban por su
independencia"(42).
La campaña militar de Carrera contra la invasión realista fue saboteanda por los
terratenientes, quienes, por encima de todo, exigían garantías para la
exportación de su trigo al Perú. En su “Diario” Carrera manifestaba: “Ejemplo
de los incapaces que eran aquellos pelucones, siendo dueños de Santiago y de parte
de la Concepción, no podían proveer de víveres y caballos al
ejército; y el enemigo se paseaba por todas partes, con sus fuerzas
montadas en excelentes caballos” (43).
A pesar de que la situación comprometía el porvenir de la
independencia, los comerciantes también protestaban porque la lucha contra los
españoles en la zona de Maule les impedía vender normalmente sus mercaderías.
"El orgullo aristocrático -escribía Lastarria- ofendido con la frecuente
aparición de hombres nuevos que, sin
timbres de familia y sin más título que su mérito personal ocupan puestos
importantes en el ejército o toman parte en los negocios públicos; y la incuria
y el egoísmo de gran parte de propietarios, que se resisten a erogar algo de
sus rentas para sostener los gastos de la administración y de la guerra, a
pesar de que la prensa los estimula con razonamientos enérgicos y aun de los
campesinos que se despojan gustosos de
los objetos de su uso para contribuir a la defensa de la patria, son también
estimulos poderosos que vienen a propagar el descontento"(44).
Los intentos inmediatos de la oposición triunfaron
transitoriamente con el reemplazo de Carrera por O'Higgins y luego por Lastra
en la Junta de Gobierno. El símbolo del nuevo curso derechista fue el tratado
de Lircay en 1814, negociado por el comodoro Hillyard, de Inglaterra, entonces
aliada de España.
Gran parte de la burguesía criolla, enterada de la derrota
de Napoleón y del retorno de Fernando VII al trono en 1814, se apresura firmar
un tratado que pusiera a cubierto sus intereses más concretos, renegando de
todas las medidas adoptada por Carrera a favor de la independencia política. La
vergonzosa capitulación de los sectores derechistas de la burguesía criolla se
reflejaba en uno de los acápites del Tratado de Lircay: "Chile, deseoso de
conservarse para su legítimo rey y huir de un gobierno que lo entregase a los
franceses, eligió una Junta
Gubernativa (la del 18 de septiembre de 1810) compuesta de sujetos benemeritos (...) Se
reunió efectivamente el congreso de sus diputados, quienes en su apertura
juraron fidelidad a su rey Fernando VII, mandando a su nombre cuantas órdenes y
títulos se expidieron, sin que jamás intentasen ser independientes del rey de
España libre ni faltar al juramento de fidelidad (...) Hasta el 15 de noviembre
de 1811 quedó todo en aquel estado y entonces fue cuando por fines e intereses
particulares, y con la seducción de la mayor parte de los europeos del reino,
fue violentamente disuelto el congreso por la familia de los Carrera (...)
Así es como durante el tiempo de aquel despotismo, se alteraron todos los
planes y se indicó con signos alusivos -la bandera, el escudo- una
independencia que no pudieron proclamar solemnemente por no estar seguros de la
voluntad general" (45).
El ala izquierda carrerina se levantó contra la indigna
capitulación de los sectores más vacilantes de la burguesía
criolla y al grito de "Viva
la Pancha" –alusión a Javiera Carrera- repuso en el poder a José Miguel el
2 de julio de 1814. El segundo gobierno de Carrera, plenamente consciente de la
situación, aceleró el proceso revolucionario imponiendo, medidas contra los
curas reaccionarios y empréstitos forzosos a los realistas y a los
terratenientes criollos por valor de 300.000 pesos y 136.000 pesos respectivamente,
con el fin de financiar el ejército. "Se impuso -dice Carrera en su
“Diario” una contribución de 400.000 pesos sobre los europeos o
hijos del país, cuya indiferencia
por nuestra libertad era manifiesta. Se echómano de la plata labrada de las iglesias
y se dieron órdenes terminantes para que pagasen los que fuesen deudores del
tesoro para asegurar la tranquilidad interior y cortar de raíz la seducción con que los sarracenos
procuraban desanimar, nuestras tropas, fue indispensable aterrarlos, apresando, desterrando y expatriando 85
frailes y 70 de los principales godos”(46).
La nueva Junta, entre cuyos integrantes se destacaba Julián
Uribe por su tendencia plebeya, hizo denodados esfuerzos para organizar la
resistencia contra la invasión española, pero fue saboteada por los sectores
derechistas. "Empezó la huelga de brazos caídos; el
retraimiento general, que iba a impedir al gobierno organizar nada
delante del avance de Osorio y que los historiadores del siglo pasado,
disimularon de acuerdo con el difunto concepto que erigía la historia en
cátedra de educación cívica"(47). O'Higgins, dirigente en aquel período de
la oposición burguesa de centro, coronó los desaciertos al desconocer la Junta de Carrera, exigir la convocatoria a
un Congreso Nacional en momentos en que los españoles estaban a las puertas de
Santiago y romper el frente único de los criollos al avanzar desde el sur
contra las fuerzas de Carrera. El combate entre las tropas de Carrera y las de
O'Higgins en las Tres Acequias el 26 de agosto de 1814 fue la antesala
del desastre de Rancagua, porque
exacerbó los roces entre los patriotas, debilitando la unidad del ejército
nacional.
La interminable discusión entre o'higginistas y carrerinos sobre quién fue el responsable
del desastre de Rancagua es el resultado
del apasionamiento de dos bandos de escritores que sobreestiman el papel de los
héroes en la historia. En
rigor, existieron causa objetivas
muy profundas, generadas con anterioridad, que condicionaron el desastre. La
derrota de Rancagua fue el producto de tres años de sabotaje, boicot y
oposición cerrada de la derecha y el centro burgués a la labor revolucionaria
del gobierno de los Carrera. En Rancagua no podía triunfar un ejército minado
por una lucha intestina entre
bandos irreconciliables ante una fuerza militar española, disciplinada y
homogénea que se había mostrado capaz de hacer retroceder a los criollos
en anteriores combates. La deserción de
la mayoría burguesa, su espíritu
derrotista y capitulante, sintetizado en
el Tratado de Lircay y en la emigración a Cuyo antes del desastre de Rancagua,
facilitaron el triunfo español. El cierre de la frontera decretado por Uribe
para impedir la huída de los cobardes y el intento postrero de Carrera para
organizar la resistencia en Coquimbo –paso táctico no tan descabellado, como
opinan ciertos historiadores, ya que San Martín lo propuso en 1817 en caso de
derrota- expresaban la voluntad inquebrante del ala izquierda carrerina para
defender hasta las últimas consecuencias la independencia política del país.
Bibliografía:
(15) EULOGIO ROJAS MERY: El general Carrera en Chile, p. 18,
Stgo. 1951.
(16) JOSE MIGUEL CARRERA: Diario Militar, Colección de
Historiadores y Documentos relativos a la Independencia de Chile, T. I, p. 30,
Stgo. 1900.
(17) Ibidem, p. 49.
(18) AMBROSIO VALDES C.: Revolución Chilena y campañas de la
Independencia, p. V 2º edición, Stgo. 1888.
(19)
MELCHOR MARTINEZ: op. cit., p. 151.
(20)Ibid., p 139.
(21) JULIO ALEMPARTE: Carrera y Freire, p. 40 y 41, Ed. Nascimento,
Stgo., 1963.
(22) BARROS ARANA, IX, 184.
(23) Citado por PEDRO LIRA URQUIETA: José Miguel Carrera, p.
75-76, Ed. Andrés Bello, Stgo., 1960.
(24) LA AURORA DE CHILE: números del 4 de junio y del 8 de
octubre de 1812.
(25) BARROS ARANA, VIII, 405.
(26) DOMINGO AMUNATEGUI S.: Dos franciscanos
revolucionarios, Rev. Chilena de Historia y Geografía, Nº 108, 1946, P. 6.
(27) SESIONES DE LOS CUERPOS LEGISLATIVOS, 1811 A 1845, Tomo
I, p. 357 a 359.
(28) MARCELO SEGALL: Desarrollo del capitalismo en Chile, p.
27, Stgo. 1953, y Las luchas de clases en las primeras décadas de la República,
p. 6, Stgo. 1962.
(29) M.A TALAVERA: Diario..., cit. por BARROA ARANA, VIII,
477.
(30) ROBERTO HERNANDEZ: Valparaíso en 1827, p. 86-87, Imp.
Victoria, Valpaso., 1927.
(31) BARROS ARANA, VIII, 513.
(32) SAMUEL B. JOHNSTON: Cartas escritas durante una
residencia de tres años en Chile, traducidas y prolongadas por José T. Medina,
Anales en noviembre-diciembre 1916 comienza la publicación; la cita correspondiente
al número siguiente, p. 23.
(33) Bando del 17 de enero de 1812, citado por BARROA ARANA,
VIII, 512.
(34) BARROS ARANA, VIII, 512.
(35) Ibid, VIII, 494.
(36)BENJAMIN VICUÑA MACKENA: La Edad de Oro en Chile, p.
214, segunda edición, Ed. Francisco de Aguirre, Buenos Aires.
(37) JULIO CESAR JOBET: Doctrina y Praxis de los educadores
representativos chilenos, p. 63, Ed. Andrés Bello, Santiago, 1970. Este libro
de Jobet constituye uno de los primeros enfoques marxistas de la Historia de la
Educación en Chile.
(38) MIGUEL LUIS AMUNATEGUI: Camilo Henríquez, T. I, p. 63,
citado por Jobet: op. cit., p. 140.
(39) JULIO ALEMPARTE: OP. CIT., P 49.
(40) SAMUEL
B. JOHSTON: op. cit., p. 95-96.
(41) JOSE MIGUEL CARRERA: Diario Militar... op., p. 158.
(42) Ibid. p. 264.
(43) JOSE V. LASTARRIA: op., cit., p. 136.
(44) Citado por JORGE CARMONA YAÑEZ: Carrera y la Patria
Vieja, p. 345-346, Santiago, sin fecha de edición.
(45) JOSE MIGUEL CARRERA: Diario... po. Cit., p. 389.
(46) JOSE MIGUEL CARRERA: Diario... op. cit, p 389.
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