Por Luis Vitale.
(fragmentos
de La interpretación marxista de la historia de chile, tomo ii, capítulo VIII)
En este capítulo aspiramos a
señalar algunas de las características esenciales del proceso
revolucionario que condujo a la Independencia. Dejaremos para el próximo volumen
el análisis de las etapas de la revolución chilena y el papel que jugaron las
fracciones políticas encabezadas por Martínez de Rozas, José Miguel Carrera,
Bernardo O'Higgins y otros dirigentes de la Revolución.
¿REVOLUCION DEMOCRATICO-BURGUESA?
Los historiadores liberales han tratado de
presentar la Revolución de 1810 como un movimiento democrático inspirado
en los ideales de la burguesía europea. En las últimas décadas, los autores de tendencia reformista
han sostenido que la Revolución de 1810 fue
una revolución democrático-burguesa inconclusa que comenzó realizando
tareas propias de ese tipo de revolución, bajo la dirección de la burguesía comercial
progresista, pero que lamentablemente esos hombres de avanzada fueron rápidamente
desplazados por la aristocracia feudal que liquidó las posibilidades de un
desarrollo capitalista en nuestro continente.
Ambas caracterizaciones parten de
supuestos falsos: que la colonización española fue feudal y que paralelamente a
la aristocracia terrateniente retrógrada se formó una capa de comerciantes
progresistas que encabezaron la Revolución
de 1810 inspirados en el programa democrático-burgués de la Revolución Francesa.
En capítulos anteriores, hemos
procurado demostrar que la colonización española no tuvo un carácter feudal sino
que generó un capitalismo incipiente y desde el comienzo dependiente de la
metrópoli. Este tipo especial de capitalismo determinó el surgimiento de una
clase dominante también "sui generis". En lugar de estructurarse una
burguesía que pasara por el cielo clásico europeo hasta culminar en la
manufactura y la industria, en América Latina se formó una burguesía
minera y terrateniente interesada en forma casi exclusiva en la
producción y exportación de metales preciosos y productos agropecuarios para el
mercado mundial. Los sectores de esta burguesía estaban combinados y ligados
entre sí. Los mineros eran dueños de fundos y los terratenientes eran a su vez
mineros. No había conflictos irreconciliables entre los latifundistas yla
burguesía mercantil porque en general los comerciantes armonizaban el mercantilismo
con el latifundio y los terratenientes abrían casas comerciales en los puertos
y ciudades. El imperio español había conformado una evolución económica
dependiente, deformando la economía colonial y coartando la posibilidades de un
desarrollo industrial autónomo. El análisis de la economía y las clases sociales
de ese tiempo nos conduce a sostener que en las colonias hispano americanas no
existía una formación socioeconómica, una base material para originar una
revolución democrático-burguesa.
La Revolución Francesa y las
revoluciones democráticas europeas del siglo XIX se fundamentaron en un
desarrollo capitalista dinámico y en la existencia de una burguesía industrial
interesada en liquidar los vestigios semifeudales, realizar la reforma agraria
y promover el desarrollo de un fuerte mercado interno.
En un análisis de superestructura, exclusivamente ideológico, se ha dicho que los
dirigentes de la Revolución de 1810 estaban influenciados por los ideales de la
Revolución Francesa. Cabe preguntarse ¿qué ideas liberales llevaron a la
práctica los criollos en 1810?. Los historiadores liberales y reformistas han
dado por supuesto que los criollos trataron de aplicar el programa
democrático-burgués en el cual se inspiraban.
La burguesía criolla adaptó las
ideas liberales a sus intereses específicos de clase. Los planteamientos libertarios
de la burguesía industrial europea en lucha con la monarquía feudal fueron
empleados por la burguesía criolla en
contra de la opresión española. El concepto de libertad de comercio levantado
por los industriales europeos para romper las trabas feudales y colocar sus
artículos elaborados, fue utilizado por los criollos para luchar contra el
monopolio comercial español. En Europa, el liberalismo fue la ideología de la burguesía
industrial; en América Latina, las ideas
liberales fueron adaptadas a los
intereses de los terratenientes, mineros y comerciantes. Hubo una adopción
formal del pensamiento liberal porque la burguesía criolla jamás pensó en
aplicar los postulados programáticos fundamentales, como la reforma agraria, la industrialización y la creación
de un mercado interno.
Los sectores de la clase
dominante criolla estaban comprometidos en la tenencia de la tierra y en una economía
preponderantemente exportadora. La burguesía criolla, clase social que encabezó
la revolución de 1810, estaba por tanto incapacitada para
realizar la reforma agraria,
medida esencial que impulsa históricamente toda revolución
democrático-burguesa. Bastaba que las rebeliones campesinas e indígenas del siglo
XVIII cuestionaran la propiedad territorial de los criollos exigiendo que les
devolvieran las tierras que los conquistadores españoles les habían
arrebatado, para que la burguesía nativa
se aliara con los representantes del rey en un frente único contra
los desposeídos. En contraste con las revoluciones democrático-burguesas
europeas, que afectaron a los poseedores
de la tierra, en América Latina los latifundistas
no sufrieron los efectos de la revolución de 1810 sino que fueron sus
principales beneficiarios.
Un paralelo entre las
revoluciones democrático-burguesas europeas
y la Revolución de 1810 demuestra que mientras las primeras impulsaron el
desarrollo industrial, realizaron
la reforma agraria, crearon un mercado interno,
aseguraron un desarrollo económico independiente y un modo de producción típicamente
capitalista, en América Latina la clase dominante no realizó en 1810 ninguna
de esas tareas básicas de la revolución democrático-burguesa,
limitándose a obtener la independencia política. Mientras en Europa las
revoluciones democráticas significaron un cambio profundo de la estructura
económica y social, en Latinoamérica la Revolución de 1810 no modificó la
estructura de clases de la sociedad colonial ni quebró el carácter dependiente de nuestra economía.
La Revolución Francesa fue una
revolución social. La Revolución de 1810 fue una revolución política
separatista, una revolución que no perseguía
un cambio radical de las estructuras sino un cambio simplemente político. La
Revolución de 1810 cambió el gobierno, no la sociedad. En rigor, la Revolución
de 1810 no fue una revolución democrático-burguesa porque mantuvo una economía meramente
exportadora y dependiente, no realizó la reforma agraria ni fue capaz de crear
un mercado interno y de iniciar un proceso
de industrialización. Sólo reemplazó
un equipo de explotadores de allende por otro de
aquende.
La independencia no fue
"prematura", como han sostenido Alberto Edwards y Francisco Encina,
sino que las condiciones objetivas y subjetivas estaban maduras para que la
burguesía criolla tomara el poder. La Independencia respondía a las necesidades
de una burguesía que realizó sólo aquellas tareas que podían esperarse de una
clase social básicamente exportadora de materia prima, cuyo desarrollo había
sido condicionado por siglos de economía colonial dependiente de una metrópoli que tampoco
había sido capaz de realizar integralmente su propia revolución
democrático-burguesa.
LEGITIMIDAD Y
LUCHA ARMADA
En el afán de limar las aristas
agudas de la lucha de clases, los historiadores burgueses de las últimas décadas
han tratado de presentar la Revolución de 1810 como un acto legitimista y
pacífico. Ya no les basta con negar la existencia de causas profundas en la
Independencia, al aseverar que a España le convenía cortar los lazos con las
colonias, sino que llegan a sostener que los criollos se separaron de la
metrópoli en forma pacífica y respetando la legitimidad del rey. Los objetivos
que persigue esta concepción de la historia son obvios.
Alberto Edwards, el representante
más conspicuo de esta tendencia en Chile, refiriéndose a la
Revolución de 1810 escribe: "en Chile la revolución burguesa se había
realizado pacíficamente" (1). En otro de sus libros afirma: “Así la
revolución pudo aparecer ante muchos, dentro de los antiguos principios del derecho
monárquico, más legítima que la resistencia misma ... Aquello no era un
levantamiento contra el poder constituido" (2). La intención de este análisis
que contribuye a la formación de un mito contemporáneo se pone de manifiesto
cuando su autor confiesa: "Hemos insistido un tanto acerca del respeto por
el orden establecido que caracterizó la revolución chilena de 1810, porque este
rasgo ha subsistido en nuestro país a través
de las vicisitudes de un siglo de
vida republicana" (3). En otro párrafo precisa aún más su afán mistificador
y su criterio de clase: "Por noventa años existió aquí la continuidad en
el orden jurídico y una verdadera
tradición política, cuyos cambios o mejor dicho evoluciones, se
produjeron en forma gradual, pacífica, lógica, y presentaron, por tanto, un
carácter mucho más europeo, que hispanoamericano".
No es cierto que la historia de
Chile haya transcurrido en forma pacífica. Las revoluciones de 1823 a 1830, las
de 1851 y 1859, la contrarrevolución de
1891 y los movimientos revolucionarios de 1924-25 y 1931-32, además de los tres
siglos de guerra araucana, las rebeliones, las huelgas obreras y la violencia
de la lucha de clases en las explotaciones mineras, agrícolas e industriales,
demuestran que Chile está lejos de ser ese país mistificado por los
historiadores tradicionalistas, como lo demostraremos en volúmenes posteriores.
Por el momento, nos ocuparemos de
la afirmación de que la Revolución de 1810 fue legitimista y pacífica. Para
sostener esta tesis, Alberto Edwards se vale de la artimaña de limitar la Revolución al breve período
que transcurre entre septiembre de 1810 y abril de 1811. La Revolución
emancipadora no dura siete meses sino que es un proceso que en Chile se
prolonga de 1810 a 1818. En este período se produce una guerra declarada entre
España y la colonia insurrecta. Es una
década de revolución y contrarrevolución armada, de acción y reacción
sangrienta.
El argumento de la legitimidad o
sea la actuación de las primeras Juntas en nombre de Fernando VII, fue
utilizado en forma circunstancial y respondió
a una lucha tendencial entre
criollos moderados, reformistas y
revolucionarios. Analizando la esencia de los sucesos, se llega a la conclusión
de que no existe ningún interés legitimista en la revolución chilena y
latinoamericana, sino que el objetivo estratégico de la Revolución de 1810 es
la conquista del poder para la burguesía criolla. ¿Puede caracterizarse de
legitimista una revolución que desconoce al gobernador Elío nombrado por las
autoridades españolas para la Capitanía General de Chile en reemplazo del
gobernador depuesto por la Primera Junta? ¿Puede llamarse legitimista una
revolución que disuelve la Real Audiencia,
el más alto
tribunal de la monarquía española en las colonias? ¿Puede acaso ser legitimista
una revolución que liquida el
monopolio español, decreta el libre comercio y se hace cargo de todas las
entradas fiscales sin enviar un solo peso al rey "legítimo" que
reclama ayuda en España? ¿Es legitimista la actitud de José Miguel Carrera al
crear la bandera, el escudo nacional y dictar un reglamento constitucional que
niega la autoridad de cualquier país extranjero para inmiscuirse en asunto
internos de Chile?.
¿Puede denominarse pacífico un
proceso en el que criollos se baten con las armas en la mano desde 1810 hasta
la batalla de Maipú, pasando por las guerrillas de Manuel Rodríguez y el
triunfo de Chacabuco? ¿Puede hablarse de un traspaso pacífico del poder cuando
los españoles resisten desde el motín de Figueroa en 1810 hasta la violencia
contrarrevolucionaria de un San Bruno en
plena Reconquista?. Las
clases dominantes no entregan nunca el poder en forma pacífica.
Defienden sus privilegios e intereses con toda la fuerza de la violencia
reaccionaria, como lo hicieron los españoles en sus colonias. La historia no
registra ningún caso de triunfo pacífico de una revolución. Chile no podía ser
una excepción. El
proceso revolucionario que condujo a la independencia política de Chile
y de América Latina triunfó por la vía de la insurrección armada.
LA PARTICIPACIÓN DEL PUEBLO
Una de las características de la
Revolución de 1810 fue la escasa participación del pueblo. Los sectores
populares fueron al principio indiferentes a una revolución que no significara
la emancipación social sino la consolidación de sus explotadores inmediatos:
los patrones criollos. Esta situación se modificó en parte cuando los españoles
iniciaron la Reconquista, debido no a un cambio de la burguesía criolla sino a
un fenómeno de reacción de las capas pobres contra los abusos de los españoles
durante la guerra. Existen, por tanto, dos etapas principales en cuanto a la
participación del pueblo en el proceso
de la independencia chilena. La primera que va desde septiembre de 1810
hasta el desastre de Rancagua y la segunda, desde la Reconquista española hasta
la declaración de la Independencia en 1818.
La primera
etapa se caracteriza por una escasísima participación de los
sectores populares en la Revolución de
1810, salvo la respuesta a uno que otro llamado esporádico de José Miguel
Carrera en demanda de apoyo popular para enfrentar a la oligarquía criolla. El
movimiento de septiembre de 1810 que desplaza al gobierno español e impone la
Primera Junta no reúne más de 350 personas en el Salón del Consulado. En
1810 no actúa ni siquiera la mayoría de los criollos sino el sector más
acomodado de la burguesía minera, comercial y terrateniente. Los criollos
pobres, los mestizos y fundamentalmente los indios, se mantuvieron ausentes del
proceso durante los primeros años de la revolución separatista. Los sectores
populares no se sentían interpretados por un movimiento que no significaba la
emancipación social sino solamente la conquista del poder para la burguesía
criolla. Los principales jefes de la Revolución de 1810 eran los explotadores
directos de las capas populares. Para éstas, el enemigo de clase más inmediato
era el propio patrón, el criollo que los explotaba. La burguesía criolla no
busca en esta primera etapa el apoyo de las masas porque, además del temor de ser
rebasada por ellas, cree bastarse con sus propias fuerzas para derrocar a las autoridades españolas
desmoralizadas por la invasión napoleónica.
El movimiento de 1810 en su
primera fase sólo tuvo características masivas en México y el Alto Perú, donde los campesinos e
indígenas trataron de combinar la lucha por la independencia política con la revolución
agraria. Pero los Hidalgo y Morelos que
luchaban tanto contra los
españoles como por la expropiación de los terratenientes criollos, no abundaron
en las colonias hispanoamericanas.
La segunda etapa de la revolución
chilena, que comienza con la Reconquista española, se caracteriza por una mayor
participación del pueblo. La nueva actitud
de las masas a favor de la Revolución no fue provocada por un cambio en
la posición de la burguesía criolla sino por una reacción de los sectores populares ante los atropellos
cometidos por los españoles durante la Reconquista. El saqueo de los campos por
los realistas, la represión de los españoles contra los artesanos y pequeños comerciantes
mestizos y criollos, los abusos
del regimiento de los Talaveras comandado por el capitán San Bruno, empujaron a
los sectores populares al bando de los que luchaban por la independencia. Blest
Gana en su novela “Durante la Reconquista” ha encarnado en el “roto” Ñe Camara,
diestro en el manejo del corvo, la participación del pueblo chileno en
la lucha contra la monarquía española.
La incorporación de los sectores
populares dio un extraordinario impulso al combate por la liberación política.
El apoyo popular fue la clave del éxito de la guerra de guerrillas de Manuel Rodríguez.
Los disfraces de este guerrillero, su ocultamiento en los ranchos, sus increíbles
fugas y su movilidad permanente,
fueron posibles por el apoyo efectivo que le brindó el campesinado y el
artesanado.
“De las campañas de la
Independencia Nacional –dice Roberto Hernández- se han referido altos hechos;
pero nadie hace recuerdos particulares en obsequío de los rotos que, con el
fusil o la lanza, se atrajeron entonces la admiración de sus mitades, no
dejando otro monumento de su bravura que las leyendas de los vivaques en el ejército
de la República. Rotos de marca mayor fueron los que
batieron a los célebres
Talaveras; y rotos pintiparados los que al
grito de ¡Viva la Panchita! hicieron frente a San Bruno, tan temido hasta de
los hombres de capa larga. Rotos campesinos fueron los que montaron a caballo
con Villota en Curicó, con Salas en San Fernando y sirvieron en las montoneras
de Manuel Rodríguez, el caudillo popular por excelencia (4).
En ese momento de la historia
chilena, el peso de la resistencia contra los españoles fue soportado fundamentalmente por
las capas pobres del país. Mientras los burgueses
criollas más acomodados capitulaban ante los gobiernos de los españoles Osorio
y Marcó del Pont, llegando algunos de ellos a renegar de la Independencia en el
Acta firmada en vísperas de la batalla de Chacabuco, los campesinos y artesanos
ingresaban a las filas de la resistencia activa, en las ciudades, en las
guerrillas rurales y luego en el Ejército Libertador de los Andes.
La historia oficial, junto con
soslayar la actitud cobarde y vacilante de importantes sectores de la burguesía
criolla, ha ocultado sistemáticamente el papel jugado por las capas
populares en el
proceso de liberación política de
Chile. Ha correspondido a un hijo de la clase obrera, a Luis Emilio Recabarren,
líder máximo del proletariado nacional
el primer intento de romper la mistificación
histórica con ocasión del centenario de la República: "¿Quiénes dieron el
grito de emancipación política en 1810? ¿Dónde estuvieron y quienes fueron los
personajes del pueblo trabajador que cooperaron a aquella jornada? La historia
escrita no nos dice nada y los historiadores sólo buscaron héroes, los
personajes, entre las familias de posición, entre la gente bien. En los
monumentos que complementan la historia tampoco vemos al pueblo [... ]. Acaso
los que vencieron al español en los campos de batalla ¿pensaron alguna vez en
la libertad del pueblo? Los que buscaron la nacionalidad propia, los que
quisieron independizarse de la monarquía buscaban para sí esa independencia,
no la buscaban para el pueblo [... ]. Tan es así que los llamados padres de la
patria, aquellos cuyos nombres la burguesía
pretende inmortalizar, aquellos que en los campos de batalla
dirigieron al pueblo-soldado para pelear y desalojar al español de esta tierra,
una vez terminada la guerra y consolidada la independencia, ni siquiera
pensaron en dar al proletariado la misma libertad que ese proletariado
conquistaba para los burgueses reservándose para sí la misma esclavitud en que vivía"
(5).
Referencias.
(1) ALBERTO
EDWARDS: La Fronda Aristocrática, p. 25, Ed, del Pacífico, Santiago, 1952
(2) ALBERTO
EDWARDS: La Organización Política de Chile, p. 26 – 27. Ed. Del Pacífico,
Santiago, 1943.
(3) Ibídem,
p. 28
(4) ROBERTO
HERNANDEZ: El Roto Chileno, páginas 7 y 8, Valparaíso, 1929.
(5) LUIS
EMILIO RECABARREN: Ricos y Pobres. A
través de un siglo de vida republicana.
El Balance del siglo. "Conferencia
leída en Rengo la noche del 3 de septiembre de 1910 en ocasión del primer
Centenario de la República de Chile, y dedicada al proletariado estudioso que
busca su redención". Imprenta New
York, páginas 18, 19 y 20, Santiago, 1910.
como puede ser que la bandera sea la actual si la actual comenzó en 1817 y la independencia fue en 1810??
ResponderEliminarEl movimiento de 1810 en su primera fase sólo tuvo características masivas en México y el Alto Perú, donde los campesinos e indígenas trataron de combinar la lucha por la independencia política con la revolución agraria. Pero los Hidalgo y Morelos que luchaban ideandando.es/que-fue-la-union-sovietica/
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