miércoles, 3 de octubre de 2012

Oro Negro: El Imperio contra Venezuela en 2012



Por Renato Velez.

A principios de septiembre, tras el éxito de los insurgentes en derrocar a Muammar Gaddafi, y con los preparativos en marcha para una intervención contra la Siria de Assad, Hugo Chávez sacó sus conclusiones: tras las insurrecciones patrocinadas por Occidente en Medio Oriente, los próximos en la lista son los países del ALBA y muy particularmente, Venezuela. El 5 de septiembre, Chávez solicitó a los países de la Alianza Bolivariana y al grupo BRIC (Brasil, Rusia, India y China) ultimar medidas para generar una “contraofensiva” coordinada ante cualquier intentona imperial de repetir el “guión libio” en otras naciones soberanas y denunció un presunto plan de la OTAN para atacar Venezuela. Si bien una intervención directa de Occidente se aprecia improbable en este punto, el terreno se ha ido preparando desde hace ya varios años.


Frenar el desarrollo del “Bloque Bolivariano” en Latinoamérica estuvo en la mesas de planeamiento de Washington desde el momento mismo en que Chávez asumió en 1998. Desde entonces, más países se fueron sumando a la oleada bolivariana y la respuesta estadounidense sería – como en otros tiempos – la estrategia del golpe de Estado. Desde esa perspectiva se deben recordar el fallido golpe contra Chávez en 2002, la insurrección “cívico–departamental” contra Evo Morales en 2008 (frustrada por la acción conjunta de UNASUR), el derrocamiento de Manuel Zelaya en Honduras en 2009 (el primer golpe exitoso de Obama) y la rebelión policial en Ecuador el pasado año.

En vista de las constantes intervenciones estadounidenses en la región, el Bloque Bolivariano ha estrechado sus vínculos políticos, económicos y militares con las grandes potencias contrahegemónicas (Rusia y China), además de brindar una mano a los regímenes amenazados por la máquina de guerra norteamericana como Siria e Irán.

Los casos de Libia y Siria, junto con la creciente presión hacia Irán sientan un precedente para Chávez: antes de cualquier intervención, las potencias imperiales comienzan con las sanciones económicas, el congelamiento de activos y la confiscación de reservas alojadas en el exterior. Estas medidas buscan desestabilizar el país negándole el acceso a los recursos necesarios para hacer frente a una agresión. Es por esta razón que el líder venezolano recientemente ha tomado una medida vital pero a la vez temeraria: nacionalizar la producción de oro y repatriar las reservas internacionales hoy alojadas en bancos europeos y norteamericanos, para reinvertirlas en Rusia, Brasil y China. En Agosto el canciller ruso, Serguei Lavrov, se mostró abierto a aceptar la propuesta de Chávez. 365 toneladas de oro venezolano se encuentran hoy fuera del país en las arcas del Banco de Inglaterra, Barclays Bank y JP Morgan Chase, entre otros.

En los últimos días el panorama económico en Occidente se ha ido deteriorando, con las bolsas en rojo durante semanas, la desaceleración del crecimiento, además de la crisis fiscal en Estados Unidos y Europa. Son los estertores de una nueva “Gran Depresión”. Es en momentos como estos que los inversores buscan evitar grandes pérdidas ante tamaño temporal, y el oro se ha constituido en el principal “refugio seguro”. No por nada, la onza de oro mes a mes registra alzas históricas y va camino a alcanzar los 2.000 dólares. En este contexto, también se debe comprender la repatriación del oro como una medida de blindaje y seguridad financiera ante el colapso económico global en curso.

El rescate del oro venezolano también puede encerrar un gran peligro, ya que algunas naciones que de una u otra forma han realizado movidas para alejarse del dólar estadounidense como divisa de intercambio han pagado un alto precio. En 2000, Saddam Hussein anunció que suspendería la venta de petróleo en dólares en favor del euro. Un par de años después, Irak sería sitiado por las fuerzas anglo-estadounidenses y Saddam, ejecutado.

Más reciente e interesante es el caso de Libia. También en 2000, el coronel Gaddafi concibió la creación de una moneda única para África que tendría su valor respaldado en oro, a diferencia de las divisas fiduciarias como el dólar o el euro, cuyo valor no está asegurado por nada. Con esto, Gaddafi buscaba dar estabilidad financiera a una región afecta a las crisis económicas y el subdesarrollo. En 2009, el “dinar de oro” – como se denominaría a la divisa – comenzó sus preparativos para ser introducido en Libia. Sarkozy calificó la medida como “una amenaza para la seguridad financiera de la humanidad”. Dicho y hecho: hoy el líder libio ha sido derrocado.

Tanto Saddam como Gaddafi no eran líderes cercanos a los dictados de Washington y controlaban grandes reservas petroleras. Chávez es plenamente consciente de que podría ser el próximo en la lista, más cuando en 2011, Venezuela destronó a Arabia Saudita como el mayor productor de petróleo en el mundo, según la OPEP. Y la oportunidad para el “cambio de régimen” contra el proyecto bolivariano está cerca: las presidenciales de 2012. Según la periodista e investigadora Eva Golinger, 20 millones de dólares estarán disponibles para grupos de oposición venezolanos, en el último esfuerzo por retirar a Chávez de circulación. Obama ha solicitado abiertamente 5 millones en su presupuesto nacional para operaciones anti-Chávez y otro tanto provendrá de ONGs y agencias “pro-democracia” financiadas por Washington. El objetivo último es gatillar una “revolución de color” en Venezuela, táctica ya utilizada en los países de Europa Oriental y que consiste en impugnar el resultado de una elección – a través de movilizaciones populares – cuando el triunfador no es del agrado de Estados Unidos.

Para el analista ruso Nil Ninkandrov, Chávez tendrá que enfrentar un escenario difícil en el que Washington desplegará las estrategias de la “revolución de color” pero incorporando esta vez las altas cuotas de violencia armada que hemos visto en Libia. De ser así, Estados Unidos y sus aliados contarán con la excusa perfecta para intervenir directamente. En estos momentos de crisis y decadencia imperial, lo que antes parecía una locura pasa al terreno de las posibilidades. Si a eso sumamos el progresivo despliegue militar estadounidense en Colombia, Costa Rica y Haití, la amenaza real de un conflicto militar va creciendo y es tiempo de tomar medidas colectivas para preservar la paz de la nuestra región.

Más allá de los aciertos o desaciertos del proceso bolivariano, el desafío imperial contra la soberanía venezolana debe ser frenado enérgicamente por los gobiernos latinoamericanos en su conjunto. Será en esa batalla que Latinoamérica quizás tenga su última oportunidad para alcanzar la verdadera libertad.

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